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LA ESCALERA

RELATO CORTO
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Denan jamás había pensado en la muerte, en el suicidio, si había cielo o infierno, pero, si lo habían, él iría al infierno, estaba seguro.
Pensaba todo eso mientras sostenía una copa de brandy con hielo. Estaba en su despacho, sentado tras la enorme mesa de madera, en el segundo piso. Solo, en completa oscuridad, entre aquellas cuatro paredes, llenas de humedad, con el papel de las paredes roído y a medio caer, recordando todo aquello que había hecho en el pasado, todo aquello que le atormentó durante años.
A fuera llovía. Las gotas frías resbalaban silenciosamente por el cristal del oxidado ventanal. El chirriante viento se colaba por la ventana que tenía tras él. Denan observó el revolver que tenía delante de él. Recordó todas aquellas personas que había asesinado con el arma. Todas aquellas que había matado. Doce contó Denan. Todas las noches veía sus rostros cuando se acostaba en su cama, estaban arriba, en el techo. Le miraban y le sonreían con gesto fiero, enseñando sus afilados dientes. Estaban esperando como aves carroñeras a la espera de que muriera para perseguirle y arrojar su alma al fuego eterno. Sintió frío tras él. Tuvo un estremecimiento y se le erizó el vello de la nuca. Estaban ahí, siempre lo estaban. Le susurraban cosas, le hacían enloquecer. En realidad, en lo más profundo de sí, Dedan sabía que ya lo estaba. Cuando paseaba por la vieja y oscura casa siempre creía ver un movimiento por el rabillo del ojo, una sombra al final del pasillo, un sonido que fingía no haber oído. Movió la copa de brandy, haciendo que los hielos chocaran entre sí, produciendo un ruido que no fuera de ultratumba.
Escuchó pasos subiendo por la escalera.
Crunch. Crunch. Crunch.
El pulso de Dedan se aceleró. No podía ser, no podía haberle encontrado.
Crunch. Crunch. Crunch.
La copa temblaba en la mano de Dedan. Cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos. Los pies descalzos del hombre se humedecieron con aquel pegajosos líquido.
Crunch.
Había llegado al segundo piso, era ella, venía a por él, la Muerte. Hiperventilaba. Estaba en estado de pánico. El sudor le resbalaba por la frente, el pulso le latía en las sienes. El corazón le latía tan deprisa que le dolía.
Pum. Pum. Pum. Pum.
Pasos. Se acercaban. No podía ser, él siempre cambiaba de casa, siempre mantenía las luces apagadas y no salía si no era estrictamente necesario, así era el trato, así era como ella había jurado dejarle en paz. Llovía con más violencia que antes. Las gotas crepitaban contra el cristal. Dedan cogió el arma, cargada y apuntó a la puerta.
Tras ella estaba su futura asesina, pero él la mataría antes. Sí. Eso haría.
La puerta se abrió con un chirrido metálico. Dentro de la habitación olía a podredumbre y sudor.
En el umbral de la puerta había una figura oscura y sin rostro. Dedan le disparó a bocajarro. Falló los seis de los siete tiros que tenía a su disposición. No tenía más balas, y disparar esa última iba a ser inútil.
 Retrocedió asustado, pidiendo clemencia. Lloraba.
-No por favor, no… -Dedan se acurrucó en el suelo, abrazando sus pies y balanceándose a delante y atrás, a delante y atrás. Su mugroso cabello largo le cubría el rostro. Dedan temblaba y lloraba.- No me hagas daño, por favor…
-Dedan, no te voy a hacer daño -la voz de la muerte sonó agradable y apaciguadora, no era como Dedan se la había imaginado.
Levantó la cabeza, descubriendo su rostro y miró a la muerte a los ojos. Unos ojos negros como el carbón vegetal. No se diferenciaba el iris de la pupila. Eran unos ojos aterradores en los que se vio reflejado a sí mismo. Vio la gente a la que había asesinado, con los brazos orientados hacia delante, hacia él. Las imágenes salían por sus ojos, le iban a coger, le iban a matar.
Dedan, en un arrebato de terror, cogió a la muerte por uno de sus hombros y la empujó a un lado, haciéndola caer, con un grito de sorpresa. Dedan corrió. Salió de la habitación. Antes de bajar por las escaleras miró atrás, nadie lo perseguía.
Dedan tropezó. Cayó escaleras abajo. Se golpeó la cabeza en el último peldaño. Su cabeza se partió,  provocando su muerte en el acto. La sangre caía por el último escalón, como una cascada, desembocando en el suelo.

Dedan murió en el Sanatorio psiquiátrico. Sufría alucinaciones desde hacía doce años. El médico del recinto había ido a darle sus pastillas. Estaba en aislamiento, pues había intentado agredir a algunos de sus compañeros, creía que era un asesino en serie.

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