Ir al contenido principal

EL ESPEJO


Relato corto

.........................................................................................................................................................

EL ESPEJO.
Dicen que si te miras fijamente a un espejo tu alma será atrapada por las criaturas que se encuentran al otro lado. Al menos eso era lo que contaban las ancianas. Eran supersticiosas hasta el punto de llegar a cubrir un espejo con una manta durante las noches lluviosas, para no dejar salir aquello que estuviera dentro del cristal. La lluvia atrae a los monstruos. Pero yo nunca creí eso. Hasta que me pareció ver una sombra dentro de un espejo, en la vieja mansión de los Carry.
Sally era una joven hermosa de largos cabellos dorados. Allá donde iba todos dejaban aquello que estuvieran haciendo para voltearse a mirarla. Siempre lucía vestidos largos y coloridos, era una joven rica, alegre. Y presumida. Acostumbraba a pararse para admirarse en cada cristal que reflejara su esbelta figura femenina. Se contoneaba frente a él, con orgulloso coqueteo. Se arreglaba la sedosa cabellera que brillaba con los destellos del sol matutino y seguía su camino hasta el siguiente cristal reflectante, donde repetía la misma acción. Las ancianas advertían a la pequeña de los Carry de los peligros de los reflejos, pero ella, como todos los demás de su edad, ponía los ojos en blanco, con una mueca de exasperación ante las advertencias de los más mayores del pueblo. Cuando volvía a casa, se deshacía de su pesada vestimenta y quedándose en ropa interior cepillaba su larga melena frente a su tocador. Podía pasarse horas. Normalmente paraba cuando el brazo empezaba a dolerle y se le entumecía. Una vez eso ocurría Sally dejaba el cepillo en el tocador, e inclinándose sobre él se admiraba en su refracción.
Labios gruesos, pestañas largas. Eran dos hermanos. Sally y Robert, el mayor, pero no más bello que Sally. Y ella lo sabía. La llamaron para cenar. La habitación de Sally, al igual que la de Robert y sus padres, Casemira y Gustav, estaba en el segundo piso. El resto de la casa estaba desperdigado por la primera planta. Se puso el camisón y se encaminó a la escalinata, paróse en el rellano de la segunda plante durante un instante para poder admirarse una vez más en uno de los espejos. Justo el que estaba al lado del retrato de su padre. Volvió a adecuar su pelo a su gusto y descendió.
La cena estaba servida. La criada, Ofelia, servía la comida a cada uno de los miembros de su familia. Casemira, su madre, la contempló con desaprobación al verla así vestida; con su ropa de dormir. El padre hizo caso omiso a las miradas que le echaba su esposa para que pusiera en su sitio a la joven. “Si por mí fuera, cenaría en calzones” le había dicho a su hija en una ocasión. Casemira era demasiado estricta y siempre les obligaba a ir de punta en blanco, pero Sally se había rebelado. Era lo que hacían los adolescentes, ¿no? La mujer pelirroja, que hacía años que peinaba canas, iba a lanzarle una advertencia a su hija, cuando Ofelia la interrumpió sin siquiera darse cuenta de lo que hacía.
-Esta noche habrá tormenta, deberían cubrir los espejos.
Sally rió, pero sus padres intercambiaron una mirada de preocupación. La mujer se levantó de la mesa, sin disculparse por derramar alguna copa. Salió disparada, con Ofelia pisándole los talones. Gustav y Robert parecían hasta preocupados. La joven rubia hizo lo de siempre.
Terminó su cena y fue a subir a su alcoba cuando su madre la abordó por el camino.
-Sally, ve con cuidado con los espejos -su tono era tembloroso, ella era temblorosa. Un sudor frío recorría la espalda de la señora Carry. Estaba muerta de miedo- no quiero que esta noche  te mires en ningún reflejo, ¿de acuerdo? -Casemira sujetaba con fuerza el brazo de su hija. Le apretaba tanto que incluso llegó a dolerle y dejarle marca.
Al ver a su madre tan asustada no hizo otra cosa que asentir, aunque no muy convencida de que lo cumpliría, ya que ella no creía en esos “cuentos de viejas”. Tras despedirse de la señora Carry se adentró en su alcoba, cerrando la puerta tras de sí, con un ruido sordo. Apoyándose contra la puerta dejó escapar un resoplido. Se giró en dirección a su tocador, con el cristal cubierto por una blanca sábana. Sally ladeó una desafiante sonrisa. Quién iba a decir que aquella lluviosa noche iba a ser la última que vieran a la pequeña Sally Carry.
La joven de brillantes cabellos se acercó a su tocador y destapó el espejo. Vio su reflejo, y por un momento temió que algo pasara. No fue así. Sally rió encantadoramente inocente. Dio media vuelta, hacia su camastro, dispuesta a dormir. Un rayo partió el cielo, iluminando el espejo tras de sí. La muchacha dio un salto, asustada. Respiró profundamente un par de veces, tratando de tranquilizarse. Soltó una carcajada nerviosa. Escuchó un ruido cerca, peligrosamente cerca. Con el cuerpo completamente inmóvil, ladeó la cabeza hacia atrás, lentamente, no muy segura de si quería ver qué había sido aquel sonido. Su cepillo del pelo estaba en el suelo, justo en frente del mueble. La chiquilla lo había dejado encima. Sonrió. Tal vez lo había dejado demasiado cerca del borde y él solo cayó. Sí, sería eso. Iba a girar la cabeza cuando un segundo rayo estalló en la noche, esta vez iluminando por completo la habitación de la chica. Un estruendo seguido del relámpago se escuchó en la alcoba. El cristal del espejo se había partido por la mitad. Sally giró completamente sobre sí. Su figura reflectada estaba partida, de una esquina a la otra del espejo. La joven fue a la carrera en dirección al mueble-tocador, con la intención de cubrirlo, pero ya era demasiado tarde, ya venían de el otro lado. Las primeras gotas de lluvia empezaron a resbalar por las ventanas de la habitación.                                                                                                                         Una fuerza invisible descubrió aquello que la rubia había tratado de cubrir. Una sombra apareció frente a ella. No era su reflejo, era un monstruo. Ahogó un grito, quería chillar y alertar a los demás miembros de la familia, pero estaba tan asustada que no podía articular palabra alguna. Un líquido negruzco surgía a borbotones por la grieta. Sally retrocedió hasta que chocó contra su cama y cayó sentada encima de ésta. El líquido se unió en el suelo, formando una figura hecha de sombras, hecha de pesadillas que se alzaba amenazadoramente frente a ella. Las manos de la joven se aferraron con fuerza a las sábanas. El miedo la había paralizado casi por completo. La figura sin rostro tenía unos brazos que le llegaban al suelo. Su figura era encorvada hacia delante y desprendía un humo fantasmal.
La joven a penas podía respirar. Lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Pidió, más bien suplicó clemencia a aquella figura mortuoria. Pero la sombra alargó uno de sus prolongados brazos hacia ella, que intentó asestarle una patada para defenderse. La pierna de la joven lo atravesó. Supo entonces que estaba perdida. Más bien lo sabía desde que aquel relámpago partió el vidrio del cristal. Desde que las primeras gotas de aquella lluvia que predijeron su muerte empezaron a resbalar solemnemente
El reflejo la tomó por el cuello, atrayéndola hacia él. Hacia ello, mejor dicho. Retrocedía con la joven tomada por el cuello. Sus patas se convertían en una sola, introduciéndose de nuevo en el cristal roto, como si fuera absorbido por la grieta. Sally pataleaba e intentaba liberarse de sus garras semi-transparentes. No servía de nada, y finalmente se rindió. Su único pensamiento era que tal vez no iba a poder pasar por la grieta. Qué equivocada estaba. El alargado brazo de el monstruo cruzó sin problemas al otro lado, pero la pequeña Sally sintió como su cuerpo y sus huesos eran aplastados por la grieta para poder pasar. Chilló de dolor. Los aullidos de la joven llegaron a todos los rincones del pueblo. Cuando sus padres abrieron la puerta, alertados por sus gritos, ya era demasiado tarde. La mano de Sally, abierta, pidiendo ayuda se perdió en el interior de la grieta, con un sonoro chasquido de sus huesos. El cristal del espejo estalló en mil pedazos que se desperdigaron por el enmaderado suelo. Casemira cayó al suelo en un desconsolado llanto. Gustav enloqueció por la visión. Robert acabó huyendo. Aquella fue la última vez que llovió en el recóndito poblado.
La mansión de los Carry quedó en ruinas. Algunas veces, cuando miras a un espejo y crees ver algo, pero vuelves a mirar y ya no está, aquello es Sally, que busca una ventana desde el otro lado para poder volver a este mundo. O tal vez intentar atraparte.

Comentarios

Entradas populares de este blog

VEN A VERME.

RELATO CORTO ................................................................................................................................................................... Clarisa daba vueltas en la cama. El reloj de madera colgado de la pared marcaba las tres de la mañana. Las tres en punto. Se tumbó boca-arriba, mirando el techo. Los ronquidos de Fernand, su marido, llegaban hasta sus oídos, aquello era lo único que se escuchaba en la fría noche. Un sonido diferente la hizo incorporarse de golpe en la cama. Arañazos. Unas finas uñas rasgando el silencio de la noche. Se sentó en la cama asustada, con los pies en alto, sin tocar el suelo, temía que en cuanto sus pies lo tocaran una mano saldría disparada desde debajo de la cama, amarraría sus tobillos y la haría caer hacia delante, arrastrándola, sin que ella pudiera oponer resistencia, hacia su interior, para una vez allí abajo, devorarla. Conteniendo la respiración, la mujer bajó primero un pie, y después el otro,

HISTORIAS DE GREATFIRE (CAPÍTULO 1)

- ¿Cómo llevas el examen? Una voz femenina y conocida hizo que Eros levantara la mirada del libro. Ante él se hallaba una de sus compañeras de clase. Observó a la muchacha de ojos inquisitivos durante unos instantes. -Bien. Respondió al fin. Eros no era un chico muy hablador, y menos con la gente que le caía mal. Tras dedicarle una neutra mirada volvió la vista al libro. La chica, al ver su actitud se marchó con un suspiro exasperado. Algo en el bolsillo de Eros llamó su atención. Era un mensaje de Cloud; “tío, ven a la sala de exámenes, el profesor está a punto de llegar”. Eros cerró el libro y recogiendo su cartera del suelo, donde estaba sentado hace unos instantes, se encaminó hacia allí. Subió las escaleras de dos en dos, con su gracia y agilidad felina. Al llegar al segundo piso, donde estaba la sala de exámenes vio a toda la gente de su clase esperando fuera. En un rincón, apoyado en la pared, estaba Cloud, su pelo azul eléctrico era inconfundible. Se acercó a é