Y entonces el suelo
tembló partiéndose en dos, engulléndolo todo a su paso, un olor a
azufre recorrió la Tierra. Era el fin de la Creación. La Guerra
entre la luz y la oscuridad había terminado y tenía un claro
vencedor.
El Arcángel Yerathel
observó el fin de los tiempos desde lo alto del campanario de la
Iglesia. Acarició la empuñadura de su Espada Celestial, aquella que
antaño tanta sangre demoníaca había bebido. Suspiró para sus
adentros. Desplegó las alas y ascendió al Reino de los Cielos.
Una vez hubo llegado
caminó hacia el Cuartel de los Arcángeles, en la puerta vio una
figura conocida; Gabriel, que hablaba no muy animado con Miguel.
Yerathel se dirigió a ellos para darles la amarga noticia; algo que
caracterizaba a los Arcángeles era su valor y Yerathel no temía ni
al sabio Miguel ni al despiadado Gabriel. Pasó por delante de ellos,
sin mirarles y entró en el Cuartel ante la mirada incrédula de
éstos. Se quitó la armadura y la dejó en el suelo. Entonces
Gabriel entró. Yerathel levantó la cabeza, no pensaba sucumbir a
los desprecios del General. Miguel se quedó fuera, observando con
cautela.
La luz que se
filtraba por la espesa niebla de las nubes iluminó su semblante.
Gabriel paró frente a él. Aún llevaba la armadura y el casco bajo
el brazo. Sus ojos azules estaban crispados y su pelo rubio empapado
en sudor.
Yerathel se sentó
en el banco, estaba agotado.
-¿Cuál es la
situación?- preguntó el General, de pie frente a él.
Yerathel titubeó,
¿cómo iba a explicarle a Gabriel que habían perdido frente a los
Ángeles Caídos después de ocho siglos de guerra?
Yerathel se levantó,
pensó que sería más sensato.
-He retirado mis
tropas de la Tierra. -le miró y levantó la cabeza con dureza- Ya ha
sido derramada demasiada sangre celestial, no permitiré que muera
nadie más bajo mis órdenes.
Gabriel le dirigió
una mirada de entendimiento y asintió repetidas veces.
-Hemos perdido-más
que una pregunta era una afirmación. Más que una afirmación era un
hecho. Una realidad.
Gariel miró a
Miguel, le indicó con gesto de cabeza que entrara. Miguel no dudó,
entró y se dirigió hacia ellos con el sonido metálico de la
armadura. Ninguno se había cambiado. <<¿Eso indicaba que a
pesar de todo, la Guerra aún seguía?>> Esa pregunta navegó
en la mente de Yerathel.
Miguel llegó a la
altura de los Arcángeles.
-La Guerra no ha
terminado-dijo tajante corroborando los pensamientos de Yerathel- no
permitiré que la oscuridad acabe con nosotros.-su voz era firme y
segura- Cuando amanezca atacaremos con los primeros rayos del sol.
Iba a darse la
vuelta para salir.
-¿Qué haremos con
los humanos? -preguntó Yerathel de golpe. Deteniéndolo- Al Señor
no le va a hacer gracia que mueran a manos de Los Caídos.
“Caídos” así
llamaban los Arcángeles a los Ángeles que habían sucumbido ante la
tentación y habían pecado y castigados por el Señor siendo
enviados al reino de las Tinieblas.
-Él no debe
enterarse -habló una cuarta voz. Los Arcángeles se giraron al
unísono. Alguien estaba apoyado en la puerta de hierro del Cuartel,
con la mirada y la cabeza gachos. Era Rafael- que nadie hable con Él
-levantó la cabeza- y eso va por ti, Gabriel.
Gabriel torció el
gesto.
-Descuida -fue en su
dirección y paró frente a él- ahora sólo quiero descansar, Rafael
-casi escupió su nombre, dicho esto, Gabriel se alejó
con paso arrogante.
-Algún día su
orgullo acabará con él -dijo sin mirarnos- he reunido a los
Arcángeles -informó Rafael- Shejarel ha resultado gravemente
herido, su tropa lo trajo hasta la puerta del cielo, San Pedro le
está asistiendo.
<<¿Qué
criatura podía ser lo suficientemente fuerte como para herir a un
General de la talla de Shejarel?>> Las preguntas se amontonaban
en la cabeza de Yerathel.
-Tenemos que reunir
al consejo -se apresuró a decir Miguel.
Yerathel permaneció
atento.
-¡No! -cortó
Rafael- Si Él se entera de esto enviará a los Jinetes y lo
destruirá todo, será un Armagedón. Preparaos para la Guerra, como
has dicho, Miguel: al amanecer atacaremos. Preparaos hermanos -sonrió
amargamente- para la debastación.
Los Arcángeles se
despidieron y cada uno fue a su puesto de descanso. El número de
Arcángeles había ascendido estrepitosamente, cada vez había más
Ángeles que querían servir en las filas del Señor.
A escasa horas del
amanecer, los Arcángeles, ya armados, observaron el horizonte,
preparados para la batalla. Se reunieron los nueve Arcángeles con
sus respectivas tropas en las puertas del Cielo. San Pedro estaba
absorto en su libro revisando quién iba a ascender hoy. Allí se
encontraban Gabriel, Miguel, Rafael, Raguel y Yerathel. A lo lejos se
dislumbró una figura femenina, la General Uriel seguida por el
General Sariel. El Arcángel Shejarel llegó al rato, ya recuperado.
Remiel no llegaba, ni él ni su tropa.
-¿Dónde diablos está Remiel? -preguntó Yerathel impaciente.
Shejarel se puso
tenso.
-No muy lejos de
ellos -les miró a todos- Remiel ya no es un Arcángel, ahora es uno
de ellos.
Todos hicieron una
mueca de desagrado. Shejarel les contó que fue él quién le hirió
y traicionó en mitad de la Guerra. Eso hizo que todos los Arcángeles
y los Ángeles tuvieran más ganas de descender a la Tierra y acabar
con los demonios y con el traidor de Remiel.
Cada General se
dirigió a su tropa. Yerathel llegó ante los suyos.
-No temáis, pues
servís al Dios Todopoderoso, infundios valor, hermanos -Yerathel se
puso su casco y desenfundó su Espada Celestial- la luz está de
nuestra parte.
Los Generales
marcharon seguidos de sus tropas. El ruido metálico de las grebas
de oro inundó el cielo. San Pedro les dejó salir y descendieron a
la oscura Tierra. Todo era de color del fuego. La luz iluminaba el
campo de batalla. Vieron una figura oscura surcando los cielos y bajó
de golpe, con las alas frente a ellos, con las rodillas flexionadas, el
puño en el suelo y las alas negras tapando su cuerpo.
Se levantó. Era
Remiel, les sonrió con malicia a los ocho generales. Su tez era
oscura como sus alas, los ojos rojos como el mismísimo Infierno.
Llamó a los Carroñeros. Demonios de rango inferior carentes de
alas, pero con dientes desgarradores. Remiel se alejó del campo de
batalla. Los Generales y sus tropas se prepararon. Los negros
Carroñeros salieron gateando de las entrañas de la Tierra. Yerathel
desenvainó su espada y arremetió contra el primer Carroñero
partiéndolo en dos, el Carroñero se desintegró nada más tocar su
espada. Uno le saltó por detrás, abrió las alas, más duras que el
acero, ligeras como el papel, más afilas que su propia espada. Dio
una vuelta sobre sí mismo contándole la cabeza. Yerathel hinchó su
pecho y siguió con la batalla, controlando y mandando a sus tropas.
Uriel iba saltando por las piedras, arco en mano, derribando
Carroñero tras Carroñero. A los pocos minutos ya habían acabado
con ellos. Remiel volvió y les sonrío de nuevo, mirando los
Carroñeros debilitados en el suelo. Los ocho Arcángeles se
adelantaron, unos al lado de los otros.
-Rendios, angelitos
-dijo Remiel- nosotros, los Caídos, somos más.
Levantaron las armas
contra él.
-Si tantos sois, dad
la cara -ordenó Miguel, el General de los Generales.
Como si lo hubieran
escuchado, siete Ángeles Caídos llegaron a la escena del combate.
<<Uno para cada uno>> pensó Yerathel. Y dicho esto,
dejando atrás sus tropas, los Generales se enfrascaron en la Guerra.
Remiel fue directo a por Gabriel. Yerathel observó que su
contrincante llevaba una Espada Demoníaca. Eso le hizo sonreír,
anhelaba el sonido de espada contra espada. Esperó hasta que el
Demonio le asediara. Levantó su espada ágilmente <<Yerathel,
el ángel castigador>> se repitió para sí mismo. Una y otra
vez, el sonido de metal contra metal se escuchaba de una a la otra
parte del planeta. Los Ángeles esperaban a sus Generales detrás de
ellos. Gabriel tenía ventaja sobre Remiel, llevaba más tiempo
sirviendo en las filas y al servicio del Señor. Miguel y Shejarel
pasaron a los puños y las alas. Uriel con sus dagas. Raguel con su
lanza. Rafael ya sin casco, le arremetía al enemigo con todo lo que
podía, Sariel, con su hacha era intocable. El escenario parecía el
mismísimo Infierno. Fuego, el suelo rojizo por el azufre, la luz
iluminando la escena, las armaduras de los Arcángeles brillando, el
sudor cayendo por sus frentes. Los Ángeles Caídos fueron
disminuyendo poco a poco. Cada Arcángel acabó con su contrincante;
Yerathel lo desintegró con su espada. Miguel le rompió el cuello de
un puñetazo. Shejarel lo cortó con sus alas. Uriel dio al blanco
con un lanzamiento de daga. Raguel le atravesó con la lanza. Sariel
lo remató con el hacha. Rafael lo agarró y lanzó de vuelta al
Infierno. Gabriel...
Gabriel seguía
contra Remiel, parecía que iba perdiendo, pues se había quitado el
casco y la armadura. Remiel le asestó una patada en la cara,
tirándolo al suelo. Cogió una Espada Demoníaca. Antes de que los
Arcángeles pudieran hacer algo, un resplandor sobrenatural les
iluminó. Gabriel seguía en el suelo. Una voz habló en sus mentes.
<<Estúpidos
-fue lo primero que dijo aquella voz, la voz de un Señor vengativo-
¿pensabais que no me iba a enterar? Os enfrentáis en mi creación y
os reunís en mi Reino -parecía realmente enfadado- Remiel, ¿cómo
osas traicionar a tu padre? -la voz calló. Remiel soltó su espada
de golpe y cayó cerca de Gabriel. Éste se alejó y se acercó a los
Arcángeles- no permitiré que acabes con todo aquello que he creado
cubriéndolo con tu tenue oscuridad>>
El Señor calló. De
pronto, el suelo empezó a absorber toda la maldad que había en la
tierra, absorbió a los Caídos, a los Carroñeros, menos a Remiel.
Las fraguas del Infierno se cerraron, todo estaba envuelto en la luz,
todo volvía a ser como antes. Los Arcángeles miraron a Remiel, que
volvía a ser un ángel. Todos lo miraron sorprendido. Menos Miguel
que se acercó a él.
-Hermano -dijo ante
la mirada incrédula de Remiel.
-¿Qué ha pasado?
-dijo este observando sus blancas alas.
-Que la luz siempre
da una segunda oportunidad -Miguel se dio la vuelta- sólo debes
elegir a qué bando servir, ver cuál te perdona y cuál inunda tu
cuerpo de vida.
Los ocho Arcángeles
ascendieron al cielo, devolviendo la luz a la Tierra, despojándola
del dolor y el sufrimiento, devolviendo la paz y la felicidad a los
humanos que estaban resguardados por los ángeles custodios.
-Como ha dicho
Miguel, debemos saber elegir un bando -dijo Yerathel al infinito- ¿de
qué parte estás? -pregunta sin destinatario que resonó como la luz
en la Eternidad-.
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